ROSALÍA reescribe los cuentos infantiles con ‘Berghain’, un tema cargado de simbolismo, deseo, dolor y una Blancanieves contemporánea.
Rosalía ha vuelto a hacer lo que mejor sabe: romper esquemas. Ayer, la artista catalana estrenó ‘Berghain’, un tema cargado de mística y oscuridad en colaboración con Björk y Yves Tumor. Pero más allá del sonido, lo que impacta es el videoclip, una pieza que podría exponerse en un museo por la cantidad de simbolismos que esconde. Y uno de ellos, quizás el más potente, es el eco de ‘Blancanieves’.
Desde el inicio, vemos a una Rosalía vulnerable, casi etérea, tratando de vender una joya con forma de corazón. Un símbolo que recorre todo el vídeo: su corazón no es algo que pueda entregar tan fácilmente. Ni el joyero lo quiere. Ni el mundo sabe qué hacer con él. Ese corazón también aparece en la consulta médica, donde le hacen pruebas para saber si funciona bien. ¿Un guiño a cómo el amor puede doler tanto que uno duda si el corazón sigue latiendo?
La analogía con ‘Blancanieves’ no se queda en lo visual —que también está—. Vemos a Rosalía lavando ropa en una bañera, sola, en casa, con tareas domésticas que evocan la imagen de la princesa de los Grimm atrapada en su propia rutina. En un momento clave, aparece rodeada de animales, casi como en trance, y se encuentra con un ciervo, un guiño directo a ese pasaje del cuento donde el cazador sustituye el corazón de Blancanieves por el de un animal.
Y no es casual que parte de la canción esté en alemán: el idioma original de los Hermanos Grimm. Rosalía canta como si evocara directamente los orígenes oscuros de los cuentos infantiles, que no eran dulces, sino advertencias sobre la vida, el dolor y la dualidad humana.
Un título cargado de simbolismo: ‘Berghain’, el mítico club berlinés donde todo puede pasar. Lugar de culto, de cuerpos libres, de noches eternas. ¿Qué hace una orquesta de cámara aquí? Pues justo eso: romper el binarismo, borrar las fronteras. Lo clásico y lo electrónico, lo divino y lo carnal, lo íntimo y lo colectivo. Rosalía lo ha entendido: lo nuevo no nace de copiar, sino de mezclar lo que no se ha mezclado aún.
Musicalmente, ‘Berghain’ es un viaje oscuro y hermoso. Orquestas, beats electrónicos, susurros y coros en alemán se entrelazan para contar una historia de amor tóxico. Rosalía no es la víctima sumisa del cuento: es una mujer atrapada entre el deseo y la necesidad de escapar. En sus letras y en los coros escuchamos frases como “te follaré hasta que me quieras”, crudas, inquietantes, como pensamientos intrusivos que retratan una relación que se consume desde dentro.
La simbología religiosa también aparece. Rosalía, con los brazos en cruz, como una mártir. Un Sagrado Corazón sobre su cama. Una Virgen María en su apartamento. Todo recuerda a lo sagrado, pero también a lo perdido. El contraste se cierra con su transformación final en una paloma. Pero no una completamente blanca. Su mitad negra deja claro que la pureza ha sido contaminada, que la vida no la ha dejado intacta.
Y como toque final, una referencia pictórica: ‘La Dama del Armiño’ de Leonardo da Vinci. Rosalía adopta esa pose, ese mismo gesto enigmático, mientras sostiene algo parecido a un armiño, símbolo de inocencia, pero también de deseo oculto. Como Cecilia Gallerani en el retrato original, la Rosalía de Berghain no es ni santa ni pecadora. Es ambas.
Rosalía no sólo inaugura una nueva etapa musical con el álbum Lux, previsto para el próximo 7 noviembre. Nos dice, con toda la poesía visual y sonora posible, que los cuentos no siempre terminan bien… pero pueden contarse desde otro lugar. Y ahí está su poder.
Este lanzamiento no es solo música. Es manifiesto, es ritual, es una invitación a mirar más allá del estribillo fácil. Y aunque no a todos les gustará, ahí está la gracia. Rosalía no hace hits, hace arte. Y lo hace desde la piel, desde las tripas, desde lo queer, desde el deseo, desde esa necesidad de gritar belleza aunque duela.
¿Te atreves a mirar el cuento desde otro ángulo?, ¿ya entraste a Berghain con ella?








