Probablemente, una de las personas en las que más he pensado estos últimos meses es Valeria Castro. Me venía a la cabeza de repente: al escuchar sus canciones, al ver un meme, un vídeo cualquiera o, por ejemplo, en LOS40 Music Awards Santander 2025, cuando Dani Fernández la mencionó, visiblemente afectado por todo lo que había sucedido con ella. De otra forma, la recordé al verla en los Premios Ondas, recibiendo el premio Fenómeno Musical del Año. Esta vez con una emoción extraña… como si me viera a mí misma.
Valeria no es una artista que esté empezando. No es pequeña ni inexperta. Tiene talento, trayectoria, personalidad y pasión por lo que hace. Por eso fue tan difícil ver que justo en uno de sus momentos de mayor exposición — cantar en el escenario de Operación Triunfo — ocurriera lo que ocurrió. Ella misma ha explicado que ya venía arrastrando problemas de salud mental y que lo que pasó en el programa solo evidenció algo que ya estaba presente.
Al final, subió a cantar, no salió como esperaba y se convirtió en objeto de críticas. Los comentarios crueles solo empeoraron la situación, en un contexto en el que todo se multiplica y se juzga de forma masiva. Ahora un temblor en la voz se viraliza de forma imparable, sin distinguir entre un mal día y un mal artista. Y sería hipócrita decir que todos estamos al margen: muchas veces, sin darnos cuenta, participamos en ese ruido, compartiendo, comentando y opinando sin pensarlo demasiado. Pero cuando Valeria habló de su salud mental y de su retirada temporal, la situación cambió de color: dejó de ser un momento viral divertido y se convirtió en una reflexión sobre cómo la sociedad no ve la vulnerabilidad ajena.
El ruido externo llega en el peor momento. Puede que Valeria piense que el primer escarnio público — y ojalá el último — ha llegado muy pronto para ella. Pero le diría que llegó demasiado tarde. Porque ella ya no tenía fuerza para soportar el golpe. Hasta que ocurre, no nos damos cuenta de que tenemos que parar por salud mental. Todos sabemos que ama lo que hace. Pero nos hemos tragado el mito de que “el arte lo cura todo”, cuando en realidad no siempre salva. La pasión no evita la ansiedad ni el talento protege del agotamiento. La música, incluso siendo refugio, puede convertirse en un peso cuando la mente no se encuentra bien.
Por eso digo que el temblor le llegó tarde: tuvo que vivir todo esto para decidir escucharse y parar. Esa pausa fue también un acto de valentía. Parar no es rendirse, sino cuidarse, elegir un espacio seguro y darse tiempo para recuperar fuerzas.
Su regreso, sencillo y coherente, sin espectacularidad ni titulares exagerados, lo demuestra. Volvió, habló sobre salud mental y recordó que exponerse exige mucho más de lo que parece, que la mente importa tanto como la voz. Todos hemos sido Valeria alguna vez: golpeados por comentarios en el momento equivocado o siguiendo por inercia cuando deberíamos haber parado.
Valeria se fue porque lo necesitaba y porque entiende que no hay acto más profundo de amor por el arte que parar para poder seguir haciéndolo de verdad. Y cierro citándola, porque escucharla siempre es un placer: «No se trata de ser indestructible, se trata de ser verdad».








